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abril 7, 2017 No hay comentarios

Día Mundial de la Salud: “Hablemos de depresión” y cómo el deporte puede combatirla

Este es un mes muy movido para quienes nos dedicamos a la salud laboral a través del deporte. Ayer 6 de abril fue Día Mundial de la Actividad Física, y hoy 7 de abril, el Día Mundial de la Salud. ¿Casualidad que ambas fechas estén tan juntas? Probablemente no. Todos sabemos que la actividad física y la salud están absolutamente ligadas. El tema elegido por la Organización Mundial de la Salud para este año vuelve a unirlas: la depresión.

 “Hablemos de depresión” es la consigna de la OMS para concientizar acerca de una de las causas de incapacidad laboral más fuertes en el mundo. En WorkGym ya hemos hablado sobre el tema, profundizamos sobre cómo estar alertas a la depresión en el trabajo, y cuáles son los signos que nos deben poner alertas. Hoy, conmemorando también el Día de la Actividad Física, queremos  contarte específicamente cómo el deporte ayuda a combatir (y prevenir) la depresión.

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Hacer ejercicio, una forma de atacar la depresión 

La depresión es una enfermedad que nos puede afectar a todos, más allá de la edad, profesión y nivel socioeconómico. Provoca angustia mental y eso hace que perdamos las “ganas” de hacer cosas: no queremos salir de la cama, ni hablar con nadie y, mucho menos, trabajar (considerando que el espacio laboral suele ser un gran disparador de estrés). Si la depresión está muy ligada a la inmovilidad y el sedentarismo, una forma de romper con eso es ponerse activo. Así aparece el ejercicio físico como un componente importante en el tratamiento de la depresión, por muy diversos motivos:

Las reacciones químicas en organismo

Así sea 30 minutos o una hora, baja o alta intensidad, está comprobado que hacer actividad física nos hace sentir bien, nos mejora el humor, nos hace más felices.Esto sucede porque cuando ejercitamos nuestro cuerpo libera hormonas llamadas “endorfinas”. Esta sustancia interactúa con receptores en nuestro cerebro que reducen la percepción del dolor. Son como un analgésico natural.

También se libera serotonina, un neurotransmisor que interviene en otros conocidos neurotransmisores como la dopamina y la noradrenalina, que están relacionados con la angustia, la ansiedad, el miedo y la agresividad.

Por último, la adrenalina. El ejercicio regular ayuda a balancear esta hormona, que es conocida por actuar ante las situaciones de estrés.

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La temperatura corporal

Cuando hacemos ejercicio aeróbico sube la temperatura del cuerpo. Esto nos hace sentir más calmados y sin tensiones; como cuando nos tapamos con muchas mantas un día de frío.

Impacto psicológico y emocional

Autoestima. El entrenamiento no solo repercute en nuestro cuerpo físico, sino que también nos entrena la mente. Nos ayuda a tolerar frustraciones, a buscar y lograr nuevos desafíos superando nuestras propias metas y obstáculos. Esto se refleja aún más si incluso nos vemos que perdemos peso o que nuestros músculos se tonificaron.

Todo esto impacta directamente en la imagen que tenemos de nosotros mismos; ver que somos capaces, que podemos hacerlo (y que tiene resultados visibles), nos genera confianza y fortalece nuestro autoestima.

Sueño. La depresión puede llevar a sufrir insomnio o a dormir de más. En este caso, el ejercicio es una gran ayuda para nivelar nuestros horarios de sueño.

Distracción. No es nada nuevo: estar angustiado provoca que se piense aún más en lo que causa tristeza o estrés. La actividad física es una distracción que puede alejar todos esos pensamientos negativos que alimentan la depresión.

Interacción social. Ya sea con un compañero o con un grupo, ejercitar con otros nos ayuda a sentirnos menos solos, y, aún mejor, pueden mantenernos motivados. Tener a otro que nos aliente o apoye en esa situación siempre se siente mejor, porque el apoyo social es importante para quienes sufren depresión. Si salimos solos incluso podemos conocer gente o socializar con otros.

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Activarse de a poco

Para empezar a hacer ejercicio, los expertos recomiendan un mínimo de 30 minutos tres veces a la semana. Pero no tenemos porqué anotarnos a un gimnasio o salir a correr de inmediato. Ir añadiendo pequeñas cantidades de actividad física a nuestra rutina ya puede ser un buen comienzo que hará la diferencia. Empezar a ir caminando o en bicicleta al trabajo ya marca la diferencia.

Lo importante es la constancia, sentirse siempre motivados y no dejar que el estrés del día nos impida hacerlo. Una buena solución para no perder la rutina de hacer ejercicio y mantenerse activo es implementando pausas activas en el trabajo. Los programas de gimnasia laboral son buenas herramientas para que los empleadores puedan prevenir la depresión en el espacio de trabajo e inculcar hábitos más saludables que generen equipos de personas más felices.

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